Cuando vi al simpático muchacho bajar de su carro y acercarse a la casa, pensé que por fin mis vecinos la habían podido vender. Se me acerco, me pregunto si esa era la casa número tal, con mi afirmativa me comentó con un aire de sarcasmo, “ahora la casa es nuestra…”. Al preguntarle de quien, me contestó con el nombre de un popular banco.
Todo eso ocurría mientras los centros comerciales estaban abarrotados de gente comprando cosas que -piensan ellos - los harán felices.
Fueron de los primeros en recibirnos en nuestra comunidad, vieron nacer nuestras hijas, nos ayudamos mutuamente con el paso de algún huracán, nos cuidaban nuestro hogar al salir nosotros de viaje, muchas veces disfrutamos en aquella cocina y otras tantas cosas pasaron en esa casa durante algún tiempo que la tuve alquilada, que cercanas a estas fechas me mueven el alma y me estrujan el corazón. Foreclosure, maldita palabra que tanto se escucha en estos tiempos.
Oh! Que será de aquel arroz con garbanzos y chorizo que se comía solo. “Si no hay granos, no como” solía decir. Vasos grandes siempre, la mezcla en proporción al vaso. Yo preparaba las carnes, en las costillas de cerdo estaba su debilidad. Fuego bajo, lento e indirecto. Un recipiente con agua bajo la parrilla para que el vapor ayude en la cocción. Combinación de pimientas, orégano, romero, sal y un poco de jengibre en polvo, salsa worcestershire y aceto balsámico. Barnizadas varias veces con la salsa de tu predilección. Olor de barbacoa que se siente por el barrio. Buenas para compartir en comunidad.
Mi sentir contra aquel muchacho fue pasajero. Su trabajo o profesión, de repente me recordó a Mateo que de recaudador de impuestos se convirtió en apóstol.