Cuando el ángel que lleva el nombre de tu nieto, se le presentó a María, también fue engendrado tu nombre…
Recuerdo la vieja casa de madera frente a la gallera del pueblo. En el patio, algunas gallinas sueltas, los gallos, en su jaula. Uno pinto, uno manilo, uno bolo, un paticebo y algunos otros. Mi primo, amolándole las espuelas para luego ponerlos a coger sol, deberán estar listos para el domingo. Mi prima, en su cuarto adornado con pósters de los Monkeys. Yo, sentado en la escalera de hormigón en el balcón, en espera de que fueran las tres de la tarde para tomar café. Tu en la cocina, como siempre, colando el café con una media, e hirviendo la leche en una lata de avena quaker. Antes de decirte que estaba muy caliente, ya lo venias enfriando con otra lata.
– Con mucha espumita, tía, como me gusta -.
Habían pasado algunos años cuando te mudaste al lado del parque. Siempre me tocaba buscar la bola cuando caía en tu patio, y no fueron pocas las veces que la pelota de béisbol chocaba con tu ventana. Fueron muchas las veces que me comí todas las acerolas del árbol de tu casa, con premio y sin premio. Mis primos, con su tocadiscos. El, con los eight-track de la Fania, con aquellos tonos de verde y anaranjado chillones. Y ella, con los discos de Los Ángeles Negros, Sandro y la Corporación Latina. Buscando entre aquellos discos, un día me encontré con uno del loco de mi primo que me intrigaba de sobremanera. Tenía un león en blanco y negro que se fundía con algunas figuras humanas en la carátula y que por su lado leía, Santana…
En la estufa, un sancocho de carne de res que santigua. Dulzón por la calabaza y la batata. Con un poco de arroz blanco para acompañarlo. Carne, con hueso y sin hueso. Sofrito y manteca de achiote. Agua. Maíz, chayotes, yautía, ñame, papas, batata y calabaza en ese orden, para que no se rompan las viandas mas blandas. Hasta que espese, hasta que se te haga imposible ignorar el olor, hasta que la vianda no se resista al tenedor. Un plato profundo, un cucharón de arroz. Come caliente antes que se te enfríe. Necesario sudar la gota gorda. Comer, gozoso.
Nunca me fije en como preparabas las habichuelas, ni aprendí tu receta de los sorullitos, pero para mí, desde el pasado viernes, el primer misterio gozoso del rosario, llevara tu nombre y en el cielo el ángel anunciará que el almuerzo esta listo.