martes, 22 de diciembre de 2009

Reunion Familiar

Eran los tiempos en que, si raro era ver un hombre en misa, mas raro era verlo en la cocina. Aun me quedaba un tío en Vietnam, mas tarde llegaría vivo, cuerdo y glorioso con varias medallas de aquella guerra absurda.

El día antes de la fiesta, mis tías preparaban pasteles bajo el ala de mi abuela. Unas mondaban la vianda, otras guayaban, la responsabilidad de preparar la carne era de mi abuela. Yo limpiaba el caldero con un pedazo de pan.

Mis tíos – excepto los tíos políticos - , entorno a la mesa de domino. Mi abuelo en pareja con su hijo menor. Me imagino que esto surgió en algún momento mientras el menor era aun un niño, y para nivelar la cosa, mi abuelo jugaba con el. Años más tarde, esa pareja se convertiría en invencible e inmisericorde. Los nietos más grandes, sentados alrededor mirando, los menores jugando. Así aprendimos el juego de mudos. Los yernos de mi abuelo, uno haciendo chistes, otro poniendo discos, otro con su eterna sonrisa producto de una granada que de milagro no lo mato en la guerra de Corea, y todos, sirviendo de bartenders. Pecado mortal levantarse de la mesa a buscar una cerveza, un palo o a orinar. “Espera a que termine el juego”, diría mi abuelo.

El único osado que se atrevía a meterse a la cocina con mi abuela, era mi padre. El cubano se había ganado, por derecho propio, la responsabilidad de preparar los perniles. Amolaba los cuchillos durante horas, luego los probaría en un papel. Estaban listos cuando se podía afeitar en la mano con ellos. Adobados desde el día antes. Los limpiaba primero con naranja agria o limón, luego algunas puñaladas y a darle unos cortes diagonales al cuero formando diamantes. Simplemente, ajos frescos machacados con sal y orégano seco, hasta formar una pasta que se inyectara en las perforaciones. Luego, lo frotaba por todos lados con la misma pasta. Exprimirle otra naranja por encima, era el final de la ceremonia. Antes de meterlo en el horno, lo barnizaría con manteca de achiote. En el horno, entre tres a cuatro horas a 300ºF, tapado y con el cuero hacia arriba. Destapar, volver a barnizar, subir la temperatura o poner en “broil” hasta que tueste el cuero. Golpecitos en el cuero con el dedo hasta oír el sonido hueco del tueste.

Luego de comer todos, y cuando el alcohol ya surtía sus efectos, retaría en la mesa con otro de los yernos, para “jugarle al revés” a los previos vencedores. En algún momento de la tarde, confundiendo a sus aturdidos cuñados, gritaría “trancao!”.

martes, 8 de diciembre de 2009

Cuba

Cuba, no recuerdo cuando me enamore de ella. Mujer bañándose desnuda en el Caribe. Piel tostada por el sol. Anchas caderas, firmes pechos. Verde mestizo el color de sus ojos. Pelo ondulado por el viento. Alegre, baila, imposible dejar de mirarla. Se contonea sabrosa con el mínimo sonido del tambor. Canta de día, llora de noche. Sus hijos sufren. Adentro y afuera. Me sueño en tu malecón, en Varadero, hablando con algún anciano en Sagua, saliendo del muelle de la Isabela hasta algún cayo, recojiendo la yerbabuena del patio de la casa. Amor ¿imposible?


A principios del siglo pasado llego José María Beguiristain con su prole. Venía desde España, con una parada en Puebla, México. El hijo menor – mi abuelo – recién nacido. Lo más cercano a la monarquía, sin la sangre azul. Luego de consolidar su reino en “El Infierno”, con caña y agua ardiente, lo unificó al Sampedro. Algunos pensaron vivir de la corona, hasta que el primero de enero del 59, cambiaría la historia. Donde termina el reino, comienza la discordia. Apenas comienzo a conocer razones y motivos. Es delicado el preguntar cuando las heridas aún sangran.

Familia desgarrada por el exilio. El domingo, día de recordación. Los LP’s comenzaban a mover danzones y boleros, sones y guarachas. La timba y el tres. Los violines de pego. Matamorros, Barbarito, Lecuona, Aragón y otros, llenaban la casa. El mojo, la yuca, los frijoles y la ropa vieja, llegaban a la mesa. De vez en vez, Daiquirí  los esperaba. Después del almuerzo, Tres Patines por WPAB radio 550.


La cocina era de él. Miraba yo sin abrir la boca, con el respeto que se le tiene a quien consagra. Lo primero que me aventuré a aprender fue el mojo – el mojito vendría mas tarde- . Tres o cuatro dientes de ajo en el pilón con un poco de sal para que dejen de dar brincos. Limón o limón y medio, las semillas a la tierra. Aceite de oliva a punto de hervir, se vierte sobre el pilón. Para adornar, un poco de perejil picado fino.Sobre la yuca tierna, sobre las masitas de cerdo, sobre el pernil o el pescado.

Jamás conseguire el sabor que da la nostalgia.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Raices de Acá


Por razones obvias, la universidad me llevo por el camino de la puertorriqueñidad. Allí, Pirulo, el de La Víspera del Hombre, me presentó a Usmail – el de Vieques, no el Usnavy de Washington Heights – quien escuchando la guaracha del Macho Camacho, me contó que Papo Impala esta quitao. Bomba y fritanga, trova y cerveza, danza y poesía. Plazas y festivales. De la playa, subí a la montaña. Del pescao fresco, a la vianda y la verdura. De la mano de ella, descubrí Ciales, cuna del poeta nacional. Flor hermosa la del café. Olor a café tostándose. Agua fría la del río. Me metía en el monte esperando descubrir que aun quedaban indios. Cucubanos en las noches, miles de aves en las mañanas me hacían comprender el amor de mi abuelo materno al campo. Puertorriqueño. Hombre trabajador, familia patriarcal, donde el hermano mayor, tan pronto como le colgaran los huevos, se tenía que ir a trabajar para ayudar en el sustento de la familia. La hermana mayor era la madre postiza de los más pequeños. Diez hijos, cinco y cinco. Para comer la mujer mata una gallina o el hombre pela un puerco. El hijo mayor busca un racimo de guineos flacos en el batey, para que coman sus hermanos menores que llegan de la universidad. No había egoísmos. Tiempos estos los de hoy, que ameritan un examen de conciencia colectivo. ¿A donde vamos a llegar?, preguntaba la abuela. ¿A donde hemos llegado?, tenemos que preguntarnos. Catedrales del consumerismo, viernes negro, pero de luto. Nunca escuche a mi abuelo decir que necesitaba un televisor más esto o más aquello. Párate niño y cámbiame el canal del televisor, que va comenzar el programa de Don Cholito, me decía. El único control que hoy tenemos, es el control remoto...




Vida simple, ingredientes simples, procedimientos simples. La belleza de lo sencillo. La simpleza de un aroma – recuerdo -. En el desayuno, avena con canela del árbol que esta en el patio. En el almuerzo, un chorro de aceite de oliva sobre una vianda hervida con un poco de sal, un trozo de carne de cerdo hecho con leña en el fogón. Ñames bautizados con los “drippings” del cerdo. Arropado el arroz con sabana de hojas de guineo recién cortadas. Te de jengibre de la orilla del río o chocolate hirviendo para antes de acostarse.



Nada de esto es posible sin “pasar trabajo”. Maravillosa satisfacción que nos da el trabajo. Trabajo no solo es el que nos pagan. Trabajo no es solo lo que hago de 8:00 a 5:00. Es, en ocasiones, sinónimo de amor. El amor te lleva a la gloria. Ya lo decía el poeta de Frontón, “Gloria a esas manos indias, negras, blancas… por que trabajaban”. Y repito, “para ellas y para su patria, ¡Alabanza! ¡Alabanza!.