viernes, 4 de diciembre de 2009

Raices de Acá


Por razones obvias, la universidad me llevo por el camino de la puertorriqueñidad. Allí, Pirulo, el de La Víspera del Hombre, me presentó a Usmail – el de Vieques, no el Usnavy de Washington Heights – quien escuchando la guaracha del Macho Camacho, me contó que Papo Impala esta quitao. Bomba y fritanga, trova y cerveza, danza y poesía. Plazas y festivales. De la playa, subí a la montaña. Del pescao fresco, a la vianda y la verdura. De la mano de ella, descubrí Ciales, cuna del poeta nacional. Flor hermosa la del café. Olor a café tostándose. Agua fría la del río. Me metía en el monte esperando descubrir que aun quedaban indios. Cucubanos en las noches, miles de aves en las mañanas me hacían comprender el amor de mi abuelo materno al campo. Puertorriqueño. Hombre trabajador, familia patriarcal, donde el hermano mayor, tan pronto como le colgaran los huevos, se tenía que ir a trabajar para ayudar en el sustento de la familia. La hermana mayor era la madre postiza de los más pequeños. Diez hijos, cinco y cinco. Para comer la mujer mata una gallina o el hombre pela un puerco. El hijo mayor busca un racimo de guineos flacos en el batey, para que coman sus hermanos menores que llegan de la universidad. No había egoísmos. Tiempos estos los de hoy, que ameritan un examen de conciencia colectivo. ¿A donde vamos a llegar?, preguntaba la abuela. ¿A donde hemos llegado?, tenemos que preguntarnos. Catedrales del consumerismo, viernes negro, pero de luto. Nunca escuche a mi abuelo decir que necesitaba un televisor más esto o más aquello. Párate niño y cámbiame el canal del televisor, que va comenzar el programa de Don Cholito, me decía. El único control que hoy tenemos, es el control remoto...




Vida simple, ingredientes simples, procedimientos simples. La belleza de lo sencillo. La simpleza de un aroma – recuerdo -. En el desayuno, avena con canela del árbol que esta en el patio. En el almuerzo, un chorro de aceite de oliva sobre una vianda hervida con un poco de sal, un trozo de carne de cerdo hecho con leña en el fogón. Ñames bautizados con los “drippings” del cerdo. Arropado el arroz con sabana de hojas de guineo recién cortadas. Te de jengibre de la orilla del río o chocolate hirviendo para antes de acostarse.



Nada de esto es posible sin “pasar trabajo”. Maravillosa satisfacción que nos da el trabajo. Trabajo no solo es el que nos pagan. Trabajo no es solo lo que hago de 8:00 a 5:00. Es, en ocasiones, sinónimo de amor. El amor te lleva a la gloria. Ya lo decía el poeta de Frontón, “Gloria a esas manos indias, negras, blancas… por que trabajaban”. Y repito, “para ellas y para su patria, ¡Alabanza! ¡Alabanza!.

1 comentario:

  1. Muchos dicen que se nos hace difícil aceptar el paso del tiempo. Yo pienso que lo que se nos dificulta es aceptar que aquel tiempo no volverá. Gracias por mantenerlo vivo con tus letras. Un abrazo, Carlitos.

    ResponderEliminar