sábado, 27 de noviembre de 2010

Viernes Negro

Cuando vi al simpático muchacho bajar de su carro y acercarse a la casa, pensé que por fin mis vecinos la habían podido vender. Se me acerco, me pregunto si esa era la casa número tal, con mi afirmativa me comentó con un aire de sarcasmo, “ahora la casa es nuestra…”. Al preguntarle de quien, me contestó con el nombre de un popular banco.

Todo eso ocurría mientras los centros comerciales estaban abarrotados de gente comprando cosas que -piensan ellos - los harán felices.

Fueron de los primeros en recibirnos en nuestra comunidad, vieron nacer nuestras hijas, nos ayudamos mutuamente con el paso de algún huracán, nos cuidaban nuestro hogar al salir nosotros de viaje, muchas veces disfrutamos en aquella cocina y otras tantas cosas pasaron en esa casa durante algún tiempo que la tuve alquilada, que cercanas a estas fechas me mueven el alma y me estrujan el corazón. Foreclosure, maldita palabra que tanto se escucha en estos tiempos.

Oh! Que será de aquel arroz con garbanzos y chorizo que se comía solo. “Si no hay granos, no como” solía decir. Vasos grandes siempre, la mezcla en proporción al vaso. Yo preparaba las carnes, en las costillas de cerdo estaba su debilidad. Fuego bajo, lento e indirecto. Un recipiente con agua bajo la parrilla para que el vapor ayude en la cocción. Combinación de pimientas, orégano, romero, sal y un poco de jengibre en polvo, salsa worcestershire y aceto balsámico. Barnizadas varias veces con la salsa de tu predilección. Olor de barbacoa que se siente por el barrio. Buenas para compartir en comunidad.

Mi sentir contra aquel muchacho fue pasajero. Su trabajo o profesión, de repente me recordó a Mateo que de recaudador de impuestos se convirtió en apóstol.

jueves, 4 de noviembre de 2010

De las novelas y otras historias

Pienso que hay cosas de la historia que me parecen salidas de la mente de un escritor, más novelas o cuentos que parecen una historia verdadera.

Nunca nadie me contó como, luego de la generosa cena ofrecida por los peregrinos que se fueron de su tierra en busca de libertades, fue a parar a una reservación indígena el “salvaje” nativo. Tampoco, que yo sepa, el Mayflower realizo un segundo viaje y vino a parar a nuestras costas. Imagino, que de asi haber ocurrido, varios alcaldes disputándose la salvadora entrada por el azul mar de su azul municipio.

Aunque si así hubiese acontecido la historia, tal vez, el remembrado menú del día en que celebramos lo que todos los días deberíamos hacer, seria una gloriosa guinea en fricase. O tal vez, en todas las cocinas de nuestra isla se degustaría un arroz con buruquenas, o chuparíamos las patas de unos jueyes sancochados con un pedazo de ñame por el lado, o algún pescado frito con mojo isleño.

Pero volviendo a la realidad nuestra, felicito de corazón al discreto inventor del “pavochón”. A quien, desde el anonimato o desde el clandestinaje - dado que desconozco su deseo o falta del mismo, para la solución final del nuestro destino - se le ocurrió tan brillante idea. Ganado tiene que se le nombre un coliseo o un centro de convenciones. Aunque no descarto que haya sido por inspiración divina, ya que con un pavo que sabe a lechón, mayor cantidad de boricuas le damos las gracias a Papa Dios año tras año. “Te quedo tan bueno el pavo que sabe a lechón”, lo escucho y se me parece a cuando te dicen “estás tan blanquito que pareces un americano”… sea la madre, como si cuatrocientos años antes no hubiésemos sido colonizados por otro caucásico pueblo.

Ajos bien machacados en el mortero con sal, orégano y pimienta hasta formar una pasta. Embadurnar el jincho y desabrido pavo con la pócima de rastros indígenas. Calentar aceite o manteca - según sus arterias se lo permitan - en una cazuela, añadir unos cuantos granos del milenario achiote, barnizar la presa varias veces durante la cocción. Acompañar con una cerveza bien friíta y luego de pecar de gula, dese un palo de chichaìto y que Dios lo ayude.

Me estaba creyendo la historia del ingenioso hidalgo y caballero de la triste figura hasta que leí que su fiel escudero renunció a gobernar su tan deseada ínsula. No precisamente por torpe e incapaz, todo lo contrario, le brindo mi total admiración al peculiar personaje, sino por que no hay político en la historia que haya emulado tan singular hazana.