jueves, 12 de agosto de 2010

Somos Todos

Algunas lágrimas navegaron por las bronceadas mejillas de la atleta, mientras se escuchaba el himno nacional y se izaba la bandera. Lágrimas, que le daban más brillo a la medalla que colgaba de su cuello. Sus lágrimas no fueron las únicas.

Durante meses nos estuvimos preparando para trabajar como voluntarios en la parte técnica del deporte de vela en los pasados juegos centroamericanos. Meses de aprendizaje y de sacrificios de todo tipo para los que allí estuvimos. Oportunidad preciosa para devolverle al deporte lo que, de alguna forma, nos dio a nosotros. Meses de conocer muchas nuevas buenas amistades. Cosas que trascienden las dos semanas que allí estuvimos, y que de alguna manera, redundaran en el desarrollo del deporte en esa hermosa zona de nuestra isla. El lema de “Mayagüez 2010, somos todos”, se hizo eco. El éxito de los juegos fue su gente.

No podía tener vista mas hermosa que en el lugar donde me toco cubrir mis funciones, a menos de media milla náutica del faro de Cabo Rojo. Como espectadores, nuevamente algunos delfines y un carey solitario que nos visito varios días. Como tripulación tenia a dos excelentes compañeros, estudiantes universitarios aun, que por sus cuentos y planes para lo que harían durante las noches, me hacían recordar de aquellos jueves. Difícil, no poder darle animo a nuestros atletas para evitar cualquier posibilidad de parcialidad ante los demás. Para el almuerzo, un “triste sándwich” como decían ellos, de aspecto no muy apetecible que digamos, luego de estar varias horas expuestos al sol y la humedad.

Y como si fueran ejercicios espirituales ignacianos, en medio de la jornada, un día de reposo. Día en que nos fuimos un grupo a la playa que nos veía pasar frente a ella los demás días. El BBQ no podía faltar. Costillas de cerdo, caderas de pollo con salsa teriyaki, sándwich de churrasco con chimichurri criollo y unas chuletas sorpresa que trajo un amigo. Para las caderas, dejarlas 12 horas en un “brine” de agua con sal y azúcar. Para la salsa, reducir una botella de salsa teriyaki con un trozo pequeño de jengibre, un diente de ajo, dos cucharadas de azúcar morena, el zumo de medio limón y unas gotas de balsámico. Cocinar a fuego indirecto. Barnizar las caderas al final de la cocción y caramelizar a fuego directo. Todo acompañado por buenos amigos con sus familias, un poco de música como salsa gorda, un poco de los 80’s y terminamos con rock británico de los 70’s. Las Medallas®, ese día fueron para nosotros.

Durante la premiación, no hacia falta que nos agradecieran por nombre y apellido a los que allí servimos. Para mi basto, con escuchar La Borinqueña.

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